Ocupar un cargo político no es una obligación, sino un honor. Por tanto, los agraciados con ello deben ser los primeros en cuidar la grandeza de sus cometidos. Si creen que no pueden estar a la altura, tienen la mejor solución siempre a mano: marcharse.
Dicho esto, podemos, no ya pedir, sino exigir a nuestros políticos que legislen pensando en la preservación del honor con el que han sido agasajados: penas severas para los corruptos, sueldos y pensiones dignos pero al mismo tiempo austeros (para predicar con el ejemplo y que el resto de los ciudadanos no nos sintamos de segunda fila), una justicia independiente y que no parezca diseñada en favor del poderoso, medidas económicas destinadas a que la diferencia entre ricos y pobres no sea cada vez mayor…
Recordemos, por otro lado, que los políticos no están llamados a la proliferación masiva, sino que su número jamás debe superar el mínimo imprescindible, como tampoco deben abundar los supuestos cargos de confianza (innecesarios y carísimos en la mayoría de los casos). Supongo que podríamos vivir bastante bien sin Senado, sin Diputaciones Provinciales, sin Mancomunidades de Municipios, sin una gran parte de diputados regionales y otra retahíla de puestos creados para ir colocando a los colegas del partido, a los amigos, etc.
Se acercan las elecciones, la época de las promesas (muchas veces incumplidas). Es el momento para preguntar a los que quieren ser dignos del honor de gobernar si se ven capacitados para todo lo expuesto; si se ven capacitados para no herir nuestras sensibilidades cada mañana al conectar la radio o la televisión y escuchar sus miserias morales; si creen que pueden ser los referentes que todo colectivo humano agradece en su camino de superación. E insisto en que no tienen por qué hacerlo: la política no es un negocio. Y es, por último, el momento de que respondan a estas cuestiones. Me parece la mejor forma de empezar sus campañas.
Ángel Andrés Jiménez Bonillo