Rafael Moneo: “Hay algo impúdico en que un arquitecto haga su propia casa”
“Algunas de mis obras parecen moderadas por su deliberada discreción pero tienen detrás una propuesta teórica casi incendiaria”
Aquí está casi toda su obra, ¿está satisfecho?
A pesar de la diversidad formal y las diferentes condiciones, se nota que detrás hay una misma mano y unos elementos de racionalidad y una actitud comunes. Esta exposición me ha permitido verme reflejado y entender quién soy. Transmite consistencia y coherencia, una idea de arquitectura firme y continua a lo largo de casi cincuenta años. Es un buen retrato de mis ideas sobre la arquitectura y mi capacidad como arquitecto.
¿Su obra es reconocible?
Me parece que sí, se ve una actitud y un deseo de ser respetuoso con las ciudades. Miro el Kursaal, la Fundación Miró o la estación de Atocha y veo unas constantes en mi actitud como arquitecto, una voluntad de continuidad en la que la ruptura no es lo fundamental sino sobre todo destacar lo existente.
Se le ha reprochado falta de audacia en alguna ocasión.
La audacia está en el reconocimiento de que la ciudad prevalezca frente a la propia obra. No es tanto una debilidad como una afirmación de las auténticas prioridades.
Se le reprochó en la ampliación del Museo del Prado.
Yo no veo que haya debilidad sino fortaleza en mantener la integridad del edificio de Villanueva y aumentar la superficie que el museo requería. No muchos arquitectos hubieran sido capaces de entender y de resolver el uso que el museo demandaba.
¿Es una de las obras que le resultó más complicada?
El Prado es un edificio sofisticado, desde el punto de vista del diseño arquitectónico; no es salvajemente novedoso pero hay una dificultad en la propuesta que no se hace evidente y que permite que la gente use el museo con una gran naturalidad. Nadie advierte que el nuevo Prado se levanta sobre unos sótanos que albergaban los sistemas del aire acondicionado del edificio.
¿Qué no hubiera hecho?
No, no, al revés, diría qué más hubiera hecho. Comprendo que se consideren unas obras más afortunadas que otras, pero veo con tristeza que no se hayan ejecutado algunos proyectos.
¿Hay obras prescindibles y obras fundamentales?
Seguramente algunas obras responden a propuestas menos esperadas, resultan más definitivas y por tanto tienen un reconocimiento más amplio, como el Museo Romano de Mérida, más ambicioso que el de Estocolmo, que procura integrarse evitando la menor prepotencia o monumentalidad. Unos proyectos tienen más valor que otros pero a todos he dedicado la misma voluntad de encontrar el tono justo en que debían resolverse.
Se ha mantenido al margen de las modas, alejado de la arquitectura de los últimos años.
Que mi arquitectura no responda a la ambición de la novedad no quiere decir que le falten metas altas. Mis primeros proyectos ya suponían una manera de entender la arquitectura que no era la esperada en su momento. Algunas obras que pueden parecer moderadas por su deliberada voluntad de discreción formal tienen detrás una propuesta teórica no diré que incendiaria pero sí no condescendiente con lo que la mayoría de la gente hace. Mi trabajo rezuma una independencia en términos formales que creo que tiene algún valor.
¿Por qué no se ha hecho su propia casa?
-El proyecto de la casa familiar es uno de los más difíciles en términos de arquitectura porque te lleva a pensar que con ella te exhibes, te despojas de tu intimidad y haces evidente lo que piensas y tu ideología. Hay un punto de impudor. Nunca se me ocurrió pensar que estaba incómodo en una casa de los años treinta de la colonia El Viso, en Madrid. Lo hago con gusto, por coherencia y por respeto al patrimonio de la ciudad. Tampoco hice tantas casas unifamiliares en mi vida.
¿Por qué se hizo arquitecto?
No tuve una vocación inequívoca. Era un estudiante brillante, atraído por el mundo de las ideas, la filosofía, las humanidades e incluso la pintura. A los 17 años, al acabar el Bachillerato, estaba en un mar de dudas y mi padre, sabiendo que me atraía el mundo de la plástica, me animó a estudiar arquitectura, que tenía una salida más clara. Si ahora tuviera que elegir la profesión, elegiría la de arquitecto.
¿Incluso ahora, con la crisis?
Seguramente. Es verdad que la profesión es más antipática ahora por razones coyunturales y porque cada vez más está dejando de ser una práctica individual y está más asociada a la gestión. Ha cambiado mucho, pero aún así la elegiría.
La autora de este texto es Isabel Bugallal. Leer entrevista completa en laopinioncoruna.es.
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