“Rumanos, os voy a cortar las manos”
El racismo vive escondido e invisibilizado en pequeños gestos de discriminación por raza u origen
El 10 de enero de 2012, los trabajadores de una empresa de Tudela (Navarra) escuchan por un megáfono: "Me cago en estos putos rumanos. Hijos de puta, rumanos. Os voy a cortar las manos" y, acto seguido, una canción reproducida en un móvil que repetía las mismas palabras. Esto lo hizo la presidenta del Comité de Empresa. Ese día, hubo un currante que se sintió aludido, insultado y humillado. Desde hacía dos meses, algunos trabajadores de la empresa estaban realizando paros parciales de protesta. La situación era tensa en la puerta, pues otros empleados sí querían trabajar, aunque tenían dificultades para entrar al edificio. La persona que recibió el ataque xenófobo estaba haciendo huelga pero, a la vez, ayudaba a escoltar hacia el interior a los que no querían hacerla.
Es enero de 2012 y Oussama D. quiere entrar al bar Consorcio de Bilbao a tomarse algo. Los porteros le paran el paso. ¿Qué ocurre? Oussama les dice que tiene dinero, que quiere "entrar para disfrutar un poco". Como respuesta, recibe un empujón y, de inmediato, ambos empleados sacan unas porras extensibles y, con ellas, le pegan en las piernas y la mandíbula. El hombre queda tendido en el suelo empapado en sangre. Antes de que aparezca la Ertzaintza, los porteros son sustituidos. Un mes después, el juicio es sobreseído por desconocimiento de autor y datos para determinar la identidad de los porteros.
En otro bar de Bilbao, el pub Granadero, once meses después de la paliza que recibió Oussama, una persona que responde a las iniciales M. D. intenta entrar junto a un amigo. El portero del local les deniega la entrada porque en ese bar "está prohibido el acceso a personas árabes". M. D. le contesta que tienen derecho a acceder. Ante la negativa del empleado, M. D llama a la Ertzaintza. Cuando los policías se personan en la puerta, el portero les explica, de igual manera, que tiene orden expresa del jefe de no dejar pasar a las personas árabes. Los agentes solicitan la presencia del dueño quien, efectivamente, admite que ni M. D. ni su acompañante pueden entrar a su local. Ambos solicitan, delante de la Policía, la hoja de reclamación, que les deniegan. Al día siguiente, M. D. se va a Comisaría a presentar la denuncia. Cuando se celebra el juicio y los hechos son probados, el juez pregunta al denunciante si quiere que se imponga algún castigo al dueño del Granadero. M. D. dice que no, que le basta con saber que esto no volverá a suceder.
Racismo escondido
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