Santiago de Agüero y el enigma de Navidad
El silencioso homenaje en roca y luz al Rey de reyes
Aquella enorme construcción no era una ermita. Desde la angosta carretera, se podrían ver sobresalir sus muros, por encima de las copas de los árboles. Tres enormes ábsides presidian lo que era, sin lugar a dudas, una catedral románica inacabada. La pregunta que acude a la mente de todo viajero despierto, no puede ser otra:”¿Qué hacía aquello allí?”. El enigma no tenía una respuesta sencilla.
Los siglos habían dejado varado aquel enorme acertijo de roca tallada, a los pies de los mayos de agüero. Mediados del siglo XII, era lo poco que podíamos afirmar con seguridad al hablar de este espacio sagrado.
Como no podía ser de otro modo, la falta de documentación, que nos hablase de esta iglesia, se trataba de completar con una leyenda.
En tiempos de Alfonso I de Aragón, era señor del castillo de Agüero (en Huesca) un amigo de infancia de don Alfonso, Castán de Biel, al que el rey solía visitar. Una vez, durmiendo en el castillo de Agüero, don Alfonso tuvo un sueño: se le apareció un ángel con un cáliz y le dijo debía dedicar su vida a la lucha contra el infiel, lucha en la que le ayudaría la Copa Sagrada. Alfonso ordenó que en Agüero se levantase un nuevo templo y que en uno de sus relieves se representase su sueño. La imagen permanecía allí desde entonces.
Pero otro misterio me había llevado hasta allí. Hace unos años un enamorado de este lugar, David Zabalas, había descubierto un curioso efecto luminoso que desde hacía 8 siglos se venía produciendo, puntualmente, todos los años.
En la iglesia de Santiago de Agüero en el solsticio de invierno se produce un efecto de luz. El ábside central posee seis vanos de doble derrama. El haz de luz del mediodía solar, que entra por la saetera sureste en el solsticio de invierno incide en el único capitel que representa el rostro de un rey, el único de los doce capiteles tallado con una figura humana, en los otros capiteles, aparecen labrados motivos vegetales y entrelazados geométricos. No se sabe ,a ciencia cierta, quién puede ser este personaje, que recibe la luz solar del solsticio de invierno. Las propuestas eran varias, por una parte podría ser Alfonso I aunque otras hipótesis apuntaban a Ramiro II el monje, quien pudo encargar, tal magna obra, para que le sirviese de retiro monacal. Su prematura muerte pudo ser el motivo, por el que este proyecto, no fuese acabado.
Al atravesar la puerta de este templo, nos sorprendió la presencia de un curioso guardián. Un pequeño búho nos miraba asustado desde lo alto. Parece que, la señal era clara, debíamos abrir bien los ojos y no dejarnos influenciar por nuestras ideas preconcebidas. Sin duda, el espacio destilaba la sutil esencia de lugar sagrado.
Me acerqué a aquel capitel para observar los detalles. Sobre la anónima efigie aparecían tallados un buey y una mula. Parecía obvio pues que, no era ningún monarca aragonés el allí representado, sino el Rey de Reyes. Aquel que, como un Dios solar, renacía el día 25 de enero. Tras ese periodo en el que el astro rey parece estar estático en la parte más baja de su órbita, el sol-estitium de los latinos “sol-quieto”. La poderosa esfera de fuego comenzaba a ascender en su trayectoria, de nuevo, el día 25 de enero, momento elegido para celebrar el nacimiento del redentor.
Este era el silencioso homenaje en roca y luz, de los constructores, a la natividad del Señor.
Pese a que me gustaría que esto representase, un homenaje póstumo a Alfonso I, la hipótesis más sencilla era que, este efecto solar, presagiaba el anuncio del nacimiento de Jesús. Aquel que nació entre un buey y una mula.
Pero no era el único referente la natividad, que permanecía tallado en este apartado lugar. El pórtico principal con la epifanía de los reyes o la adoración de los pastores a una virgen sentada en un trono, con el niño en su regazo, también adornaban aquellos muros.
Tronos, coronas, rey de reyes, Reyes Magos, los motivos elegidos para conformar parte del repertorio iconográfico de esta catedral parecían indicar un evidente paralelismo entre, el nacido en Belén, y los monarcas católicos que gobernaban aquellas tierras.
El mejor lugar para aprender historia son estos lugares. Sin duda, mucho más que una biblioteca o la pantalla de un frio ordenador. Entre aquellas muros de sillería, se puede especular sin miedo y dejar que la mente conjeture, recuerde y, cómo no, también cree fábulas.
Me senté sobre una piedra amontonada junto a una de las paredes y dejé que las neuronas comenzasen a hacer conexiones.
Si, como todo apunta, aquella magna construcción había sido promovida por Ramiro II “el monje”, quizás el homenajeado con aquello, fuese otra persona. La muerte, sin descendencia, de Alfonso I de Aragón había creado una fuerte crisis dinástica. Su testamento, que dejaba su reino a las Ordenes Militares, ponía en peligro una institución, la monarquía.
Tras no pocas tensiones y disputas, un nacimiento, como el del redentor, vendría a salvar a una dinastía. La pequeña niña, fruto del matrimonio de Ramiro y doña Inés de Poitou, era la minúscula piedra sobre la que construir un reino que llegaría a ser un imperio. Quizás era ella la homenajeada; Petronila. Su padre pudo dejar allí su mensaje político. "Como nuestra Iglesia católica, así re-nacería un reino nuevo". La mirada se me fue un detalle que me había pasado desapercibido. El enorme cuchillo tallado en una de las enormes columnas del altar parecía indicar que, si era necesario, no se dudaría en usarlo, para defender la institución.
Abandoné la pequeña aldea de apenas 100 habitantes que hoy en día languidece bajo la protección de los ciclópeos mayos de Agüero. Una vez más sentí que estaba en el fabuloso Reino del Grial.
* Sergio Solsona es colaborador de El Seis Doble. Su espacio, aquí.
* Sergio Solsona es autor del blog "Maestrazgo templario".
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