• Su carrera musical, brillante y súbita como el estallido de un cristal, fue una columna truncada de genialidad
“Te quiero, te quiero”, escribió Kurt Cobain. Y después, apretó el gatillo.
El líder de Nirvana, el padrino del grunge, el icono involuntario de la desesperanza de lo que se llamó la Generación X, se quitó la vida hoy hace veinte años. Se pegó un tiro en la cabeza después de, según el informe forense, inyectarse gramo y medio de heroína. Dejaba atrás viuda, Courtney Love y una hija, Frances Bean –“su vida será más feliz sin mí”, dejó escrito en su nota de suicidio, que hoy ya tiene 21 años. Apenas seis menos que los que tenía su padre cuando murió.
Veinte años después, la herencia de Nirvana es mucho mayor que su trabajo en vida. Apenas tres discos de material inédito –Bleach, Nevermind e In Utero- al que se suman directos como el ultraventas MTV Unplugged, conforman el cuerpo musical de Nirvana, al que se suman grabaciones inéditas o póstumas, como You know you’re right. A pesar de fundar la banda en 1987, Cobain no conoció el éxito hasta 1991. Bleach (1989) pasó sin pena ni gloria (Más allá del éxito local) en el momento de su publicación. Pero fue Nevermind, y su single Smell like teen spirit lo que elevó a Nirvana a los altares profanos. Tras una década de Yuppies, One hit wonders y música de usar y tirar –Es cierto, existía Sonic Youth y bandas similares, pero admitamos que los ochenta se resumen mejor en el Broken Wings de Mr. Mister que en Debaser de Pixies-, de repente, alguien gritaba. “Me siento estúpido y contagioso / Aquí estamos / Diviértenos”. Siempre bajo el sello Parental Advisory: Explicit Lyrics inaugurado en 1990. Muy a tiempo.
Y ese era Kurt Cobain, con Nirvana. O ese creímos que era Kurt Cobain. Con Nirvana. En Cobain existía la contradicción del rechazo. La diferencia entre quién era y quién creíamos que era.
Acostumbrados a una sociedad de consumo de productos musicales, la industria quiso tratar a Kurt Cobain como un producto más. El problema es que Cobain no estaba llamado a ser un líder de masas. Era un adicto: al rechazo, a la depresión, a la heroína. Y todo aquello alentó el morbo de ver cuál sería el siguiente paso en falso del líder de Nirvana. Si algún día ingresaría en el luctuoso club de los 27 junto a Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin o Brian Jones. E ingresó en él. Hoy hace 20 años.
Mientras tanto, musicalmente, Nirvana insistía en ser ella misma –es decir: Kurt Cobain en un 95%, acompañado de Kris Novoselic y Dave Grohl-. Nevermind contenía canciones suficientes para justificar toda una carrera musical: In Bloom, Breed, Drain You, Come as you are… Todas ellas expresión de un dolor personal que se convirtió en bandera generacional. La Generación X, se la llamó en EE.UU., a la que pertenecían los hijos cuyos padres habían conocido Vietnam y cuyo abuelos conocieron la Segunda Guerra Mundial. El Seattle Sound –Nirvana, Pearl Jam, Mudhoney, Soundgarden- como reacción al rock con cierta dosis de Glam y pretensiones de Guns n’ Roses y su doble Use your illusion. Con la duda de si ese grito que lanzó Cobain y al que se unieron múltiples voces se trataba de una rabieta adolescente amplificada por el CD o un Münch musical.
Del 24 de septiembre de 1991, fecha de lanzamiento de Nevermind, al 5 de abril de 1994, fecha de la muerte de Cobain, apenas pasaron 30 meses. El músico tuvo tiempo de casarse, ser padre, ingresar en rehabilitación y sufrir una sobredosis en ese tiempo. Incluso quiso titular el tercer álbum de estudio de Nirvana, In Utero, de otra manera: I hate myself and I want to die (Me odio y quiero morir). A toro pasado, una llamada de atención en toda regla. En su momento, una broma macabra de Cobain. Como lo era todo el videoclip de Heart-shaped box, primer single de In Utero. El autor de este texto es Javier Dale. Leer artículo completo y ver hilo de debate en lavanguardia.com.