Fue un juego de niños. Para robar uno de los cuadros más famosos del mundo del Louvre, el ladrón solo necesitaba una cosa: una bata blanca. Es el uniforme de trabajo de los copiadores, de los trabajadores de la administración y fue el instrumento que Vincenzo Peruggia empleó el 21 de agosto de 1911 para cometer el espectacular robo de la sonrisa más famosa del mundo: la de la Mona Lisa, de Leonardo da Vinci.
El joven no lo tuvo difícil, pues la víspera de la acción se ocultó en uno de los numerosos armarios empotrados del Louvre, en el que los copistas dejaban sus lienzos y caballetes. Cuando al día siguiente el equipo de limpieza dejó la sala en la que colgaba la entronizada obra, el ladrón salió de su escondite, se dirigió hacia el valioso botín y sencillamente lo descolgó. El cuadro, que muestra la mujer con la famosa sonrisa es más bien pequeño: tan sólo mide 76,8 x 53 centímetos. Al día siguiente lo escondió tranquilamente debajo de su bata. Era lunes y el Louvre estaba cerrado.
Peruggia conocía bien el Louvre. Entre octubre de 1910 y enero de 1911 trabajó allí como cristalero en la cubierta que protegía a la Mona Lisa. Lo había planificado todo bien, menos una cosa: La llave que abría la puerta a la escalera, que le permitiría abandonar el Louvre, no encajaba. Parecía que su propósito se iba a frustar. Entonces oyó unos pasos. Se trataba de uno de los fontaneros y la única persona que realmente vio al italiano. El fontanero le abrió la puerta con una de sus herramientas.
Un misterio sin resolver
A día de hoy siguen algunas dudas sin despejar de lo que fue el robo del siglo. 'La Gioconda' o 'La Joconde' (como los franceses denominan a la Mona Lisa), es pequeña pero pesada. Leonardo de Vinci la pintó sobre una tabla de madera (álamo), una práctica frecuente en el Renacimiento. A ello hay que sumar el robusto marco también de madera y la caja de cristal que la protegía. Era un objeto realmente pesado para una sola persona, sobre todo teniendo en cuenta que Peruggia era de porte más bien pequeño.
La policía siguió infructuosamente toda pista y todo rumor sobre la obra. Se interrogó incluso a Pablo Picasso y el poeta surrealista Guillaume Apollinaire pasó unos días en prisión. La sospecha había recaído sobre Picasso, entonces un joven artista, porque había comprado unas pequeñas estatuas ibéricas al belga Honoré Joseph Géry, que había sido empleado de Apollinaire y había robado las obras del Louvre.
La Mona Lisa seguía desaparecida. El propio Louvre había perdido toda esperanza y colgó en el lugar de la famosa sonrisa a un hombre con barba: Baldassare Castiglione, de Rafael.
Hasta que un día, Alfredo Geri, un marchante de arte de Florencia, recibió una carta de Peruggia. En la misiva, firmada por un tal Leonardo, éste afirmaba la intención de devolver la Mona Lisa a su país y como contraprestación exigía 500.000 liras. Pero Geri acudió a la policía y Peruggia fue detenido. Ante los tribunales confesó que había robado el cuadro pero sólo porque se trataba de una obra que pertenece a Italia, al igual que el resto de los cuadros italianos que cuelgan en el museo y que Napoleón llevó a Francia. El hecho de que la obra, realizada entre 1503 y 1506, hubiese llegado a Francia más de 200 años antes de Napoleón, era algo que al parecer el ladrón ignoraba. Francisco I, que se convirtió en rey de Francia en 1515, la había comprado. Durante un breve periodo permaneció colgada en la habitación de Napoleón.
Regreso a Italia en 2013
Antes de que la Mona Lisa regresase a su lugar en el Louvre, fue expuesta en Italia, país al que se prevé que regrese para una exposición en 2013. La ciudad de Florencia, en cuyas proximidades nació el artista del Renacimiento, anunció hace unas semanas que quiere reunir más de 100.000 firmas para que París y el Louvre presten la misteriosa sonrisa.
El tribunal condenó a Peruggia a siete meses de cárcel por el robo. Cuando abandonó la prisión fue recibido por una multitud jubilosa. Peruggia murió en 1947 en Francia. Si realmente actuó en solitario o con cómplices, si realmente intentó vender la Mona Lisa en Londres, como muchos de los testigos declararon, son secretos que se llevó con él a la tumba. Un misterio, como la sonrisa de la Mona Lisa.
El autor de artículo es Sabine Glaubitz. Leer artículo y ver hilo de debate en su fuente original: elmundo.es.