Tapones solidarios. ¿A dónde van a parar y cómo se convierten en dinero?

Domingo, 3 de noviembre de 2013 | e6d.es
• Varias asociaciones y particulares recolectan tapones, los llevan a una planta de recuperación de plástico y, a cambio, reciben donaciones

Tapones solidarios. En las empresas, en las escuelas, en las tiendas del barrio. Los puntos de recolección de tapones de plástico para fines benéficos ya están presentes en el paisaje diario. La lista de espera para las asociaciones que se dedican a ello, como la Fundación SEUR, supera los tres años. ¿Qué hacer, entonces, a título particular? Algunas personas han decidido organizar sus propias campañas para recaudar fondos. Pero ¿a dónde van a parar esos kilos y kilos de tapas de botellas y bricks? Y, lo que es más importante: ¿cómo se convierten en dinero? 
Sobre estos dos misterios nos hablan Rafael y Lourdes Ballester, dueños de una planta de recuperación de plásticos en el polígono industrial Cobo Calleja, en Fuenlabrada (Madrid). Compran cada día toneladas de plástico a empresas industriales, trituran los plásticos, los funden, y los venden a otras empresas para que elaboren nuevas piezas con este material. Ahí no queda la cosa. Además del trabajo que llevan a cabo desde hace más de tres décadas para ganarse el pan, en el último año se han convertido en un eslabón clave en la labor de las organizaciones que se dedican a la recolección de tapones solidarios, y también para familias como la de Miguel Ángel, que intenta recaudar lo suficiente para comprar una nueva silla de ruedas. 
"Nuestro fuerte siempre ha sido la botellería –señala Lourdes Ballester–. Pero hace unos meses vino la Fundación Síndrome de West, y tras ella han empezado a llegar casos de asociaciones y particulares que nos dan tapones a cambio de una donación que hacemos a su nombre". Y esto no es casual. En Plásticos Ballester la solidaridad cotiza mejor que en otras plantas: a 200 euros la tonelada.
El plástico de los tapones es de alta calidad. Este polietileno de alta densidad se tritura y se trata, obteniendo así un plástico listo para ser reutilizado y que se cotiza en el mercado a unos 500 euros la tonelada tras su paso por la recuperadora, explica Lourdes. "El proceso es difícil y muy caro. Hacemos unos precios tan ajustados que hay meses que perdemos dinero". La mayoría de toneladas de plástico fundido que venden Lourdes y Rafael terminan formando parte de cajas de fruta.
Aparte de los compradores y vendedores industriales con que esta empresa familiar trabaja, están los proveedores individuales. Según Lourdes, "el tráfico de tapones de particulares ha ido creciendo mucho: entre 20 y 25 toneladas al mes". Entre esos vendedores, se encuentra Ruth Rodríguez, la madre de Miguel Ángel, un niño de siete años que sufre el síndrome de Lesch-Nyhan, una dolencia hereditaria considerada enfermedad rara.
Miguel Ángel utiliza la misma silla de ruedas desde los tres años y necesita una nueva que le sujete correctamente el cuerpo para evitar que se dañe con los espasmos y malas posturas que adopta. La adecuada para él cuesta unos 5.000 euros, un precio inalcanzable para su familia. Por eso, su madre, por su cuenta y riesgo, empezó con la locura de la recolección de tapones. Las iniciativas de las fundaciones ofrecen más facilidades (convocatoria pública, transporte y venta del material), pero la logística familiar resulta mucho más complicada. "Empezamos a juntarlos en abril, y hemos llegado a tener 12 toneladas de tapones acumulados entre mi casa y un local. Busqué la planta de reciclaje donde se cotizaba más este material y encontré dos: la de Cobo Calleja y otra en Yuncos (Toledo), pero hay que economizar en gastos de gasolina", apunta Ruth, devenida experta, por azar, en reciclaje.
Para hacer el intercambio, hay que acudir en el horario de la planta, que es algo reducido, de lunes a jueves, de 9:00 a 13:30 horas, con un mínimo de 300 kilos. "El primer día no sabíamos cuántos coches necesitábamos para llevar el mínimo requerido y no queríamos quedarnos cortos", precisa una amiga de la familia de Miguel Ángel, que ha participado en la aventura. Al final, "llenamos seis coches y una furgoneta hasta los topes, y llegamos a los 1.140 kilos. En otra ocasión hemos llevado un camión pequeño con 950 kilos, ¡casi la tonelada!".
"Ahora vemos la luz al final del túnel. Ya hemos llevado 12 toneladas de las 20 que nos hacen falta, y en la planta de reciclaje ya no nos ponen pegas con el peso mínimo: nos van sumando todo lo que llevamos y me lo pagan a mes vencido", especifica, aliviada, Ruth. Leer noticia completa y ver hilo de debate en eldiario.es.