• Mourinho juega a lo que juega, otros entrenadores juegan a otra cosa, y ya está... Lo suyo es un fútbol militar
“La incapacidad para tolerar la ambigüedad es la raíz de todas las neurosis”. Sigmund Freud
Los ataques a José Mourinho están empezando a superar los límites de la decencia. Se han vuelto crueles. Gente adulta se comporta con él como niños de colegio que se ríen del gordito porque es gordito, del bajito porque es bajito, del chico del equipo que siempre pierde la pelota, del acomplejadito que cada vez que abre la boca se delata con una pequeña necedad. No es noble. La presa es demasiado fácil de matar. Es, como dirían en Inglaterra, el país donde Mourinho ha dicho que se siente más feliz, como disparar a peces en un barril. Veamos cómo lo trataron esta misma semana tras el partido que su equipo, el Chelsea, empató 0-0 contra el Atlético en semifinales de la Champions. Que si el autobús, que si el antifútbol, que si una traición al deporte, que si tal y cual. Lo más llamativo fue la aparente sorpresa con la que los beatos defensores del fútbol bonito descargaron su torrencial indignación. El gordito entró en la clase y... ¡seguía siendo gordito! ¡Qué horror! ¿Quién se lo hubiera esperado? Hablemos en serio. ¿Alguien realmente pensaba que el Chelsea iba a jugar de alguna manera que no fuera con 10 hombres atrás, encerrados prácticamente en el área chica? ¿Se creyó en algún lugar que la oruga de toda la vida se iba a transformar de repente en una alegre mariposa? Obvio que no. La estrategia que el Chelsea puso en práctica contra el Atlético fue absolutamente previsible y, dentro de los límites de Mourinho y de sus jugadores, absolutamente eficaz. Cualquier otra opción hubiera sido suicida. Para empezar, al Atlético no le gusta tener el balón durante largos ratos y al Chelsea menos. Esa batalla la ganó el Chelsea. El Atlético nunca en toda la temporada había tenido tanta posesión. Por otro lado, el único jugador ofensivo del que disponía Mourinho era Fernando Torres. Sobre esa roca no iba a construir ninguna iglesia. La verdad, claro, es que el Chelsea hubiera jugado igual si su rival hubiera sido el Real Madrid o el Bayern Múnich. Hay muchos que se quejan de que a Mourinho no le gusta ofrecer espectáculo. Algunos, increíblemente, volvieron a repetir la queja esta semana. Que si esto es fútbol mejor enterrarlo y olvidarlo, decían. Absurdo. Mourinho juega a lo que juega, otros entrenadores juegan a otra cosa, y ya está. Lo suyo es un fútbol militar. Cuando el Almirante Blas de Lezo derrotó a una flota muy superior británica en la defensa de Cartagena de Indias en 1741 nunca se le pasó por la cabeza que existiese la necesidad de ofrecer un atractivo show a los ciudadanos de dicha ciudad. El objetivo del almirante —también conocido como Patapalo o Mediohombre— fue ganar, y solo ganar. Como fuera. Así es como concibe Mourinho de su misión en esta tierra. Todo vale en el amor, la guerra y el fútbol. Visto de una perspectiva menos exquisita que la de los cultos comentaristas que interpretan el fútbol como otros el ballet, la exhibición que ofreció el Chelsea contra el Atlético tuvo su punto de gloria. El portero y el capitán tuvieron que salir del campo lesionados pero los que quedaron se opusieron a las oleadas ofensivas del Atlético con extraordinaria tenacidad. Es magnífico, pero no es la guerra, fue el comentario de un general francés del siglo XIX que observaba desde un monte la suicida táctica de un contingente militar británico contra la artillería rusa en Crimea. El partido del Chelsea esta semana no fue magnífico, pero sí fue la guerra. El autor de este texto es John Carlin. Leer artículo completo en elpais.com.