Esas palabras las pronunció un chaval cadete (en torno a quince años) a finales del siglo pasado. Acababa de terminar su partido de fútbol, del que yo era el árbitro, y su equipo había perdido por tres a dos. Camino ya de los vestuarios, una persona, muy cerca de mí, me gritó uno de los muchos insultos que escuché aquella tarde, y el chico, con una fuerza y una sinceridad que le salían del alma, respondió con las citadas palabras. Era el mundo al revés: el menor educando al adulto.
Algunos años después empecé a parar los partidos en los que se emitían insultos. Aunque ya no sea árbitro en activo, sigo trabajando para que el fútbol no viva ajeno a los valores que deben reinar en nuestras vidas y con los que debemos educar a los jóvenes, entre ellos el respeto y la honestidad. Y no creo que sea correcto decir que una persona puede insultar en un campo de fútbol pero ser en su vida muy educada, o ser muy honesta en su vida pero dedicarse a engañar al árbitro cuando juega. Los ámbitos de nuestras vidas no son departamentos inconexos, sino que lo que aprendemos y vivimos en cada ámbito, en cada actividad, nos va formando en nuestro camino de crecimiento. Lo que aprendemos en un terreno lo llevaremos en nuestro interior estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos.
Por eso en cualquier campo hemos de trabajar para que los grandes valores que dan sentido a la vida sean los que nos guíen, los que presidan nuestras relaciones. El fútbol no puede vivir ajeno a esto, sino que debemos aprovechar su gran repercusión para dar mucha luz; esa luz que el mundo necesita, que todos necesitamos.
Ángel Andrés Jiménez Bonillo
Exárbitro y colaborador de Clan de Fútbol
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