Una pequeña ventana del castillo de Castellote se alinea con la salida del sol en San Juan
"Recuperé parte de la información mística que guardan las moradas de unos antiguos monjes guerreros"
Aquella fortaleza no era solo una construcción de carácter defensivo. Se había proyectado para que, también realizase las funciones de templo. Aquel secreto se había perdido. 700 años después, este conocimiento ancestral reaparece. En la mañana de San Juan de 2016, el fenómeno de luz se ha vuelto a producir.
Durante los días 19 al 25 de Julio entre las 7:30 a las 8:40 una pequeña ventana del castillo de Castellote se alinea con la salida del sol. El efecto se pude ver los días conocidos como “sol-stitium” o sol estático. Era la manera de festejar la festividad de San Juan Bautista, por las personas que construyeron este castillo en el siglo XII. Es tal la precisión que, el eje central de la sala rectangular, llega a estar, por un breve periodo de tiempo, iluminado por la línea de luz, que se forma al pasar el Sol por esta saetera. El ventanal tiene 15 centímetros de ancho. La orientación nor/este de la estancia, hace que, el fenómeno, solo se pueda producir los días que amanece más al Norte. Esto se produce solamente, durante el comienzo del verano. El resto del año no pasa ni un rayo de sol por esa ventana.
La sala capitular del castillo estaba construida con una precisión asombrosa, acorde a unos monjes guerreros, esta fortaleza cumplía sus dos funciones. La moderna arqueología había constatado que, toda aquella construcción fue obra de esta orden militar. Su diseño y ubicación, al contrario de lo que antes se creía, seguía una planificación exacta, realizada por los nuevos amos del territorio en 1196.
Hacía ya muchos años que me había fijado en aquella ventana. Aquel año, había asistido a un fenómeno similar que se producía en Oliete. El orificio se vislumbraba mientras pasas por la carretera. La entrada a Castellote es un paraje espectacular, que podría describir con los ojos cerrados. En lo alto de aquel enorme telón de caliza destacaban los muros de la ruinas del castillo. Las líneas rectas de aquel edificio, parecían ser la coronación final al espectáculo pétreo, que da la bienvenida al Maestrazgo.
Pequeña, casi inapreciable, las murallas dejaban entre ver una diminuta apertura, mientras subíamos con la furgoneta. Recorríamos aquella carretera a diario. Ir al tajo no es momento para hablar de teorías de castillos, ventanas y templos solares.
La intuición me dijo que, podría estar alineada para que, una fecha en concreto, se alinease con el amanecer. Los años pasaron, pero no se me olvidó aquella posibilidad.
Este año el solsticio era especial, coincidiría por primera vez en décadas con la luna llena. Algo me dijo que, era el momento apropiado. Subí a toda prisa hasta aquellas ruinas para comprobar que, lo que me había imaginado, era una realidad.
Es asombroso como los seres humanos hemos sacralizado aquellas fechas tan importantes, de solsticios y equinoccios, del mismo modo. Una necesidad antropológica, ha hecho que, los humanos del paleolítico y los monjes guerreros del medievo, santificasen aquellos días de un modo muy similar. Parece que, inconscientemente, intentasen atar a aquella mole ardiente de gas. Un rito mágico que hiciese repetir su ciclo con precisión.
Pues allí estaba, aquella mañana, siendo participe del espectáculo. Tras realizar un par de fotos tuve que cerrar los ojos.
El recuerdo del resplandor, permaneció en mi retina un largo rato. Alrededor de aquel punto brillante comenzó a formarse la escena. Pronto apareció un techado de madera sobre aquellas ruinas. En este espacio se llenó del olor a incienso y el humo de las velas. Los monjes del manto blanco inundaron la sala de cánticos gregorianos. Fue una visión fugaz.
Parecía una vez más evidente que, aquella técnica ancestral, la había traído los caballeros desde tierra santa. Este era el modo de rezar usando la luz y el ritmo, que dejaron reflejadas dentro de los muros donde fueron apresados.
Paulatinamente, el foco producido por aquella ventana, se fue desplazando por el recinto, hasta desaparecer.
La noche fue también mágica. Andar por aquellas callejuelas vacías era algo especial. Mientras caminaba, en lo alto, brillaba la parte femenina de los astros celestes. La luna llena resplandecía más que nunca, durante la noche más corta del año. La otra cara, de este mundo dual, también debió ser reverenciada.
Cuentan muchas cosas de aquellos monjes guerreros, quizás demasiadas, pero, es indudable que, sus construcciones, siguen guardando la información mística con la que fueron construidas. 700 años después, había recuperado parte de ella.
* Sergio Solsona es autor del blog "Maestrazgo templario".
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