Una segunda oportunidad para las malgaches víctimas de trata
Muchas mujeres viajan de Madagascar a Oriente Medio y la Península Arábiga para trabajar como asistentas del hogar y se acaban convirtiendo en esclavas de sus patrones
Una casa de un violeta intenso aparece de repente entre las callejuelas que forman los muros grises de Soamanandrariny. El trazado irregular y laberíntico de las calzadas y el colorido hacen que se presente como una aparición en medio de este barrio de las afueras de Antananarivo (Madagascar), a unos ocho kilómetros del centro de la capital malgache. Es la sede del SPDTS (Syndicat Professionnel des Diplômés en Travail Social de Madagascar) o, más concretamente, su casa de acogida. El lugar en el que se refugian mujeres y niños víctimas de diversas formas de violencia. Entre ellas, las víctimas de la trata, mujeres que emigraron a países más ricos buscando una vida mejor como asistentas del hogar y se encontraron con una realidad de violencia y esclavitud. Es la casa de los sueños rotos, pero también la de las segundas oportunidades.
En los últimos cinco años, el SPDTS ha registrado casi 2.400 casos de mujeres retornadas del extranjero después de haber pasado por ese trago. La mitad de ellas (1.200), fueron atendidas por la organización, la única que se ocupa de las víctimas de esta violencia. La entidad ha documentado los casos de 34 de estas mujeres que viajaron, fundamentalmente, a países de Oriente Medio y la península arábiga buscando su propio Eldorado, se encontraron con el infierno y nunca regresaron, o lo hicieron sin vida.
La sospecha es que los datos de esta organización malgache muestran sólo la punta de un iceberg vestido de legalidad a través de contratos laborales y alimentado por la necesidad y las esperanzas de sus víctimas. Sin ir más lejos, un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos publicado en junio de 2014 señala: “Las víctimas de la trata que regresan de Líbano, Kuwait y Arabia Saudita informaron de violaciones, abusos psicológicos, torturas físicas y violencia, acoso sexual y abusos, duras condiciones de trabajo, el confinamiento en el hogar, la confiscación de los documentos de viaje y la retención de los salarios”.
Norotiana Jeannoda transmite energía. Se mueve de una habitación a otra de la sede del SPDTS intercalando las explicaciones sobre la actividad de la organización con las indicaciones a sus colaboradores. Ella es la presidenta desde la fundación de la organización en 2005 y la figura más visible de la lucha de este sindicato de trabajadores sociales. Su combate contra la trata se ha convertido en una obsesión. En sus explicaciones se cuela un cierto tono personal. No se le puede culpar, es su teléfono móvil el que suena a menudo con peticiones de auxilio desde países lejanos. A veces, el SPDTS puede movilizar los recursos para dar respuesta a esas víctimas, otras Norotiana se tiene que conformar con consolarlas o se tiene que acostumbrar a no volver a escuchar sus voces.
El esquema de estos sucesos se repite. Las agencias de colocación internacional reclutan mujeres malgaches para trabajar como asistentas del hogar en países de Oriente Medio, de la península arábiga y, más recientemente, en China. Firman un contrato y se encargan del desplazamiento. Una vez en el país de destino, las mujeres están desamparadas. Son muchas las que sufren distintos tipos de violencia, explotación laboral, agresiones físicas, violencia sexual e, incluso, matrimonios forzados.
Las variantes tienen que ver con el estado en el que regresan a Madagascar (si es que regresan), pueden haber huido de sus “empleadores” o pueden haber sido denunciadas por estos cuando han dejado de ser útiles o se han convertido en una amenaza. Los profesionales del SPDTS han documentado lesiones físicas en las mujeres retornadas, enfermedades mentales, en ocasiones, embarazos no deseados, a veces, y serias dificultades para volver a encontrar su sitio en su entorno social y familiar. Muy pocas veces, la experiencia de la emigración ha tenido las consecuencias que ellas esperaban. Algunas, regresan muertas o desaparecen para siempre. Leer noticia completa en elpais.com.
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