Nuestros hijos y alumnos, ¿a qué sociedad se van a incorporar?
Hay muchos factores que condicionan las características de la sociedad que ha de recibirlos
Como padres y como docentes, nuestra responsabilidad es preparar a nuestros hijos y alumnos para su incorporación a la sociedad.
Pero, ¿a qué sociedad se van a incorporar? La situación política y económica actual, el cambio climático, la escasez de recursos y el desarrollo tecnológico son factores que condicionan las características de la sociedad que ha de recibirlos.
Nos hallamos ya en una sociedad de la abundancia, en la que la producción es fácil y barata, y la diversidad de productos extraordinaria, una abundancia jamás alcanzada antes en la historia. Y nos dirigimos hacia la sociedad de la eficiencia, definida por un impacto medio ambiental mínimo, un esquema circular de la producción y la priorización del acceso a los bienes por encima de su posesión.
Pero también nos hallamos en la sociedad de la austeridad, marcada por la situación política y económica actual, y dominada por una economía de escasez, como la que se instauró al mundo socialista en los años setenta y ochenta. Sin embargo, a diferencia de aquella, en nuestra sociedad los supermercados están a rebosar de productos. La escasez artificial se sitúa aquí en el acceso al mercado laboral, adulteradamente limitado por la aplicación de un esquema capitalista que está agotando su capacidad de crear empleo.
Mientras se producen los ajustes necesarios, que han de llevarnos a la sociedad de la eficiencia (o no llevarnos a ninguna parte en absoluto, en el peor de los casos), se abre ante nosotros un aún largo y contradictorio camino por la que es a la vez sociedad de la abundancia y de la austeridad.
El doble filo del consumo
En el esquema mercantilista que domina nuestra sociedad (mercantilización de la sociedad, Toffler, 1980), el consumo carga con una responsabilidad capital, difícilmente substituíble (ni a corto ni a largo plazo). No sólo es motor último de la economía. También recae sobre sus espaldas el bienestar e incluso la propia subsistencia de familias e individuos. Y aún más, el sentimiento de felicidad de las personas está directamente ligado a la posibilidad de acceso a bienes y servicios (Punset, 2004).
El aleccionamiento en la competitividad y en el consumo, propio de nuestra sociedad austera y de la economía de la escasez, reproducido por los sistemas educativos y por el resto de mecanismos de transmisión cultural, responde a esta centralidad del consumo en nuestros modelos sociales. Pero el consumo sin bozal es insostenible, en una doble dimensión. Por un lado, a nivel global. Por otro, a nivel individual. A nivel global, nos hallamos en un mundo finito, de recursos limitados. No es posible incrementar el consumo indefinidamente, ni siquiera mantener el ritmo actual, al menos en las condiciones actuales. A nivel individual, el consumo supone un dispendio económico. El trabajo es el medio habitual para hacer frente a los dispendios de este tipo. Y la capacidad de trabajo es limitada, lo cual limita la posibilidad de consumo. Eso, en el caso de disponer de trabajo, lo cual no está demasiado claro, como corresponde a una economía de escasez en el mercado laboral como la vigente.
Enseñando a no gastar
La distancia que separa a una sociedad de la abundancia de una sociedad de la eficiencia se ubica en la interpretación conceptual del mundo social y económico. Una vez alcanzado el punto tecnológico crítico, el paso a la sociedad de la eficiencia viene frenado únicamente por la inercia del sistema existente y su resistencia a cambiar. Y factor fundamental de esta inercia, es el sistema educativo y de transmisión cultural, instaurado aún en la reproducción del modelo económico capitalista. Lentamente, sin embargo, se va impregnando, aunque de forma fragmentada, confusa y en ocasiones, bastante extremista, de planteamientos sostenibles y de elementos y conceptos respetuosos y que permiten y persiguen el enriquecimiento general y no sólo el meritocrático (o peor aún, el propio de la tradicional estratificación social).
El consumo es motor económico, fuente de riqueza, e incluso un potente revulsivo, prácticamente adictivo, de nuestro bienestar. Pero también tiene la capacidad de acabar con nuestro mundo, de perpetuar la desigualdad social o de destruir nuestra libertad individual.
Entre los dos abismos, el de renunciar a las ventajas del consumo a un lado, y el de ser atrapados por una ciega ansia acaparadora autodestructiva al otro, se extiende un estrecho sendero que avanza tortuoso hacia la sociedad de la eficiencia. La sociedad de la abundancia se caracteriza por una potente capacidad productiva, pero también por una gran diversidad de productos y servicios, y también, por la constante aparición de nuevas formas de acceder a ellos.
En este marco es donde podemos hablar de consumo inocuo, o del grado de inocuidad del consumo. En sus dos vertientes: inocuidad en el impacto medioambiental, e inocuidad en el impacto económico sobre nuestro bolsillo. Adquirir un libro de papel tiene un impacto medioambiental concreto, y adquirirlo en formato electrónico lo tiene mucho menor, ubicado casi en la inocuidad. Así mismo, el libro en papel tiene un impacto económico para nuestro bolsillo, mientras que cogerlo prestado de una biblioteca reduce ese impacto de nuevo hasta casi la inocuidad.
La sociedad de la abundancia nos proporciona no sólo múltiples vias de consumo inocuo, sino también la posibilidad de construir nuevas vías de acceso a este tipo de consumo.
El paso por tanto de nuestra contradictoria sociedad de la abundancia y la austeridad hasta la futura y bastante inevitable sociedad de la eficiencia supone la fusión de ambos planteamientos, abundancia y austeridad, en un consumo que no consuma, en un consumo que no gaste, ni recursos económicos de los que no disponemos, ni bienes medioambientales que no podemos renovar con suficiente rapidez.
El reto es pues, para padres y profesores, aprender a enseñar a consumir sin gastar.
Nota: El término ‘prosumidor’ fué utilizado por primera vez por A. Toffler en su obra ‘La tercera ola’, aunque este texto se interpreta según el sentido que Paul Mason le da en su obra ‘Postcapitalismo’ (Mason 2016).
* Manel Moles es autor del blog "tecnoschooling.net".
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