El otro día comentábamos (más bien tecleábamos) la amiga Ana (@pollitalus) y yo mismo un suceso de esos que pasan por las noticias de puntillas pero que en realidad son importantes para entender porque nos ocurren cosas surrealistas día sí, día también. Resulta que al final, y después de ponerle mucho suspense al asunto, el Gobierno en funciones (como si salmeron_15651_11hubiese funcionado alguna vez) se decidió a conceder un “indulto parcial” (parcial porque parece ser que sólo se pidió en cuanto a una sentencia de las varias que amontona) a Maria Salmerón, una madre que se limitó a defender a su hija de un maltratador condenado al que no se le retiró el régimen de visitas a pesar de la condena por un rosario de malos tratos físicos y psicológicos a la madre. Un indulto sobre algo que no debió llegar nunca a ese punto y que se le concedió con el desdén del que es capaz el “pijo muchimillonario” que tira cincuenta céntimos de limosna al pobre de la esquina “para que no moleste”.
El caso es que María y su ex maltratador tienen una hija, una chica de 15 años, a la que también el juez podía haber preguntado al respecto. La niña, naturalmente, no quería acercarse a su padre ni para pedirle la hora, a lo que la madre accedió porque seguro que tenía miedo y no esperaba nada bueno del sujeto. Estoy convencido de que hubieses hecho lo mismo. ¿Acaso no queremos evitar el sufrimiento de nuestros propios hijos, pese a quién pese?¿No es lógico que la madre tenga miedo y quiera proteger a la niña de algo que puede hacerle, también a ella, mucho daño? Casos hemos tenido un montón y por desgracia no parece que vaya a tener remedio, por lo menos a corto plazo, visto que vivimos en un país en el que se convocan concentraciones machistas y nos tomamos a broma eso de que se empiece a llamar “Feminazis” a las mujeres que defienden lo que les corresponde.
Pues bueno, al final a María le cayeron 7 meses y debía ingresar en prisión porque además de esta tenía lobo varias condenas por el mismo asunto. Ella se negaba a entregar a la niña y el padre atormentador se ponía el disfraz de víctima afligida y corría al juzgado a interponer la consiguiente demanda, que se ponía a la cola para mayor retorcimiento de la madre que sumaba condenas como quién acumula puntos en la Travel Club. ¿Es eso justo? Como decía Ana, no es posible entender que si un animal defiende a su camada nos enternezcamos y en cambio si es una madre la que lo hace con sus hijos, acabe en prisión.
Parece ser que en este caso (y en tantos otros) la justicia es todo menos eso, justa. Se limita a aplicar las leyes sin pararse a pensar que no hace más que ensañarse en el dolor en lugar de mitigarlo. Cuando esto es así nos damos cuenta de que algo no funciona como debe.
No funciona porque parece que no aprendimos nada de cuando se procesaron jueces en Nuremberg aplicar el Derecho Nazi sin pensar que lo que aplicaban era bárbaro y perverso, pero vigente en la época negra. Tan vigente entonces como nuestro actual Código Penal. Pero no voy a meterme en discursos sobre la eterna guerra entre el positivismo y el iusnaturalismo, para eso ya tenemos verdaderas eminencias en la materia a un tuit de distancia (adelantos de la técnica, yo me tuve que enrolar en la facultad de derecho) Seguro que uno de los mejores, el profesor Xavier de Lucas (@xdelucas) que nos puede iluminar mucho al respecto.
Nuestra justicia, en muchos casos, se dedica a aplicar códigos sin pensar en las consecuencias. Vivimos un sistema judicial un tanto desnaturalizado en el que la mayoría de los jueces actúan como autómatas. Ya nadie se acuerda de Hobbes, Locke o Platón y puede que por eso a menudo se aplica la ley estricta como quién aprieta un botón, fríamente sin pensar siquiera en que el Derecho es algo más que un amasijo de leyes y que la justicia muchas veces no sólo ha de ser justa sino que además parecerlo (lo más complicado de todo). El oficio de juzgar no debiera ser como el Quimicefa, aplicar fórmulas para tener un resultado. Es algo creativo que muchas veces obliga al juez a hacer de equilibrista del Cirque Du Soleil entre lo que es justo y lo que dice la ley porque lo que tiene en sus manos son las vidas de personas con una historia particular detrás y las soluciones “a granel” no son válidas. Pero la verdad es que, como todo, muchas veces se ha reducido todo a “yo digo esto que es lo que dice el manual y evito líos”. Tenemos jueces para evitar eso, para que piensen y decidan sobre lo correcto y hagan lo que se espera de la justicia, resolver conflictos entre personas, no crearlos. De no ser así igual mejor los sustituimos por máquinas expendedoras de resoluciones y se acabó el asunto “su sentencia… gracias”.
Salva Colecha
* Salva Colecha es colaborador de El Seis Doble. Su espacio, aquí.
* Salva Colecha es autor del blog "En zapatillas de andar por casa".